The Incredible Disappearing Woman
Performance con Ricardo Dominguez | 2003
The In-Transit Festival, House of World Cultures, Berlin
The Institute of Contemporary Art, London
The TBA Festival, Portland
The International Performance Festival, Pancevo, Serbia
Fotos: Gonzalo Hernandez
La Increíble Mujer que Desaparece trata acerca del arte, el sexo y la muerte en la frontera de Estados Unidos con México. Trata también acerca de cómo y porqué nos relacionamos con la violencia política a través de la mediación tecnológica. Sugiriendo maneras en las que como consumidores culturales evocamos y respondemos a fuerzas sociales más amplias, he reunido arquetipos radicalmente diferentes en el restringido espacio de una sala de chat en vivo conectada a internet. La audiencia en el teatro presencia un drama que se va desenvolviendo en respuesta a las instrucciones que cuatro personajes fuera de escena transmiten vía internet a tres personajes en escena.
El estudio de chat interactivo es presentado como un museo virtual de actos transgresivos para sofisticados consumidores de perversión. Los clientes que acceden, eligen desde una lista de “galerías” que muestran una variedad de performances que traspasan tabúes sexuales, políticos y sociales, y van transmitiendo comandos a los performers para dar forma a los actos según sus gustos particulares. Los dos personajes en escena actúan en vivo las fantasías de sus clientes, se visten y asumen roles de acuerdo a las instrucciones, en compañía de un tercer personaje interpretado por una robot decrépita que no entiende que no es humana.
Las escenas están dedicadas a fantasías acerca de la necrofilia, vagamente basadas en la historia de un artista americano que viajó a México en los setentas para arrendar el cuerpo de una mujer muerta, tener sexo con ella y documentar todo como si fuera arte. Invoco este momento en la historia de la performance para explorar qué significa tener que hacerse el muerto para poder vivir en todas sus implicancias políticas, tecno-culturales y de género. Mientras los performers llevan a cabo los sketches que se les solicitan, aluden a situaciones reales de represión política y religiosa. Sin embargo, como trabajadores mal pagados sirviendo a consumidores de violencia telemática, los actores dramatizan estas historias como juegos sin final en los terminan siendo simplemente “marionetas de carne”.
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